Los poetas no han imaginado para duendes y demonios una expresión
más pavorosamente apropiada que la risa.
Nathaniel Hawthorne. Ethan Brand.
Un eufemismo que no logra ocultar las miradas nerviosas, las pieles
que tiemblan ante el menor roce. Zipolite es una playa hermosa, y si
por hermoso también se entiende apacible, entonces Zipolite es un
paraíso de belleza.
Las cenizas de los cigarros, ¿cuántos fumamos durante la transición
del valle a la playa? Las tardes fueron conglomeradas con miradas
evasivas y muecas hostiles. Pero ella habló, en alguna de esas
ocasiones. Todas las tardes de ayer son, fueron, ridículas. Las
palabras son un lujo, y siempre andamos desperdiciando todo. Hola qué
tal, cómo te va, buen día, que la pases bien. A veces las miradas
son más efectivas, la seducción de dos manos convence de mejor
forma que las cartas de amor, los silencios, fagocitos de las
palabras insanas.
Temo continuar, temo volver al viaje, a ver de nuevo ese sol
insultante, esa felicidad amarilla que pinta cada uno de los granos
de arena de la playa. Y la noche. Las noches, esa noche
misma. Mariana fue, ella me llevó a esos antros que se hunden en el
seno de la tierra, que son heridas y no cavidades. Esa fue su
venganza, la venganza contra nosotros. Por eso me aferro a la
linealidad, los horrores están a la vuelta de la esquina. El niño
sueña que jala una cuerda y despierta por los movimientos bruscos de
un cordón que ata su cintura. El niño corta una cuerda sin saber
que es su vena femoral. El niño hace tanto tiempo que despertó pero
aún así sigue con su pedazo de soga deshilachada entre las manos.
Temo continuar, pero encuentro anestesia en el dolor.
El proyecto de construir una casa en Zipolite, el nombre, sólo el
nombre mismo de aquella playa, debió horadar sus pensamientos,
atravesarlos y volverse una nueva columna vertebral. Un ser animado
por reminiscencias del zapoteco, de los muertos, de lenguas
inimaginables, por ardores de todas las naturalezas. Las pieles
siempre estarán desnudas y la playa siempre será un lugar para los
muertos.
Cierro los ojos y la danza, esa danza ambarina, de los cuerpos al sol
derrumba toda idea posible. Es que no debe haber otra cosa en el
mundo más que una playa larga y espléndida en donde el sol nunca se
descuelgue del cielo. El eterno amor, la pasión, no congelada, sino
prolongada, siempre, para todos, en cualquier momento.
Estuve a punto de no aceptar, de quedarme en la ciudad y emprender
otros proyectos. Ella, como zombi que regresó de entre las heridas
de la tierra, me pidió que lo avaluara.
–Podríamos ir en Semana Santa –sugirió.
Sólo las razones más oscuras
orillan a una mujer a regalar sus palabras. Ella elaboró un disfraz
de consejo para su condena. Las palabras dichas en aquella noche de
la verdad, eran ya humo de oscuridades pasadas. Las cenizas de todos
los cigarros fumados se levantaron como neblina entre sus palabras y
mi incipiente astucia.
Hoy el clima es frío y allá, seguramente, el mar está nublado como
mi mente, pero quiero continuar, aunque no vaya a ningún lado,
después de todo, nunca lo hice.
En algún momento ella lo supo todo, y aún más. Ella sugirió ir
allá para reanimarnos, para curar las heridas. Agua salada que entra
en contacto con la carne abierta y sangrante, sol que curte cada
fibra nerviosa. Ella parada a mi lado, con una sonrisa cuajada de
luz, yo a sus pies, disfrutando de la brisa salada, del aceite
cálido, del viento calmo que anuncia los desastres. Su risa, extensa
como nunca.