sábado, 14 de enero de 2012

Cuajada de sol




Los poetas no han imaginado para duendes y demonios una expresión más pavorosamente apropiada que la risa.

Nathaniel Hawthorne. Ethan Brand.



Un eufemismo que no logra ocultar las miradas nerviosas, las pieles que tiemblan ante el menor roce. Zipolite es una playa hermosa, y si por hermoso también se entiende apacible, entonces Zipolite es un paraíso de belleza.
Las cenizas de los cigarros, ¿cuántos fumamos durante la transición del valle a la playa? Las tardes fueron conglomeradas con miradas evasivas y muecas hostiles. Pero ella habló, en alguna de esas ocasiones. Todas las tardes de ayer son, fueron, ridículas. Las palabras son un lujo, y siempre andamos desperdiciando todo. Hola qué tal, cómo te va, buen día, que la pases bien. A veces las miradas son más efectivas, la seducción de dos manos convence de mejor forma que las cartas de amor, los silencios, fagocitos de las palabras insanas.
Temo continuar, temo volver al viaje, a ver de nuevo ese sol insultante, esa felicidad amarilla que pinta cada uno de los granos de arena de la playa. Y la noche. Las noches, esa noche misma. Mariana fue, ella me llevó a esos antros que se hunden en el seno de la tierra, que son heridas y no cavidades. Esa fue su venganza, la venganza contra nosotros. Por eso me aferro a la linealidad, los horrores están a la vuelta de la esquina. El niño sueña que jala una cuerda y despierta por los movimientos bruscos de un cordón que ata su cintura. El niño corta una cuerda sin saber que es su vena femoral. El niño hace tanto tiempo que despertó pero aún así sigue con su pedazo de soga deshilachada entre las manos. Temo continuar, pero encuentro anestesia en el dolor.
El proyecto de construir una casa en Zipolite, el nombre, sólo el nombre mismo de aquella playa, debió horadar sus pensamientos, atravesarlos y volverse una nueva columna vertebral. Un ser animado por reminiscencias del zapoteco, de los muertos, de lenguas inimaginables, por ardores de todas las naturalezas. Las pieles siempre estarán desnudas y la playa siempre será un lugar para los muertos.
Cierro los ojos y la danza, esa danza ambarina, de los cuerpos al sol derrumba toda idea posible. Es que no debe haber otra cosa en el mundo más que una playa larga y espléndida en donde el sol nunca se descuelgue del cielo. El eterno amor, la pasión, no congelada, sino prolongada, siempre, para todos, en cualquier momento.
Estuve a punto de no aceptar, de quedarme en la ciudad y emprender otros proyectos. Ella, como zombi que regresó de entre las heridas de la tierra, me pidió que lo avaluara.
–Podríamos ir en Semana Santa –sugirió.
Sólo las razones más oscuras orillan a una mujer a regalar sus palabras. Ella elaboró un disfraz de consejo para su condena. Las palabras dichas en aquella noche de la verdad, eran ya humo de oscuridades pasadas. Las cenizas de todos los cigarros fumados se levantaron como neblina entre sus palabras y mi incipiente astucia.
Hoy el clima es frío y allá, seguramente, el mar está nublado como mi mente, pero quiero continuar, aunque no vaya a ningún lado, después de todo, nunca lo hice.
En algún momento ella lo supo todo, y aún más. Ella sugirió ir allá para reanimarnos, para curar las heridas. Agua salada que entra en contacto con la carne abierta y sangrante, sol que curte cada fibra nerviosa. Ella parada a mi lado, con una sonrisa cuajada de luz, yo a sus pies, disfrutando de la brisa salada, del aceite cálido, del viento calmo que anuncia los desastres. Su risa, extensa como nunca.