Es tan fácil abrir la puerta. Pero nadie hubo al lado que advirtiera cuán difícil sería soportar lo que hay ahí, detrás.
Y luego, ¿quién podría siquiera describir ese nudo en el pecho, ese agotamiento que llega hasta los huesos, la mirada vacuna, el aire pesado y todo aquello que hay ahí.
Una tarde nublada que no se decide por llover.
miércoles, 15 de junio de 2011
miércoles, 8 de junio de 2011
En las puertas
Para saber que estás en el cielo, que verídicamente es el paraíso el que pisas, debes conocer muy bien el infierno. O por lo menos el purgatorio. Yo lo conocí y si quiero que esto sea una muerte lenta, tendré que hablar sobre mi estancia en lo sótanos sórdidos de la verdad*.
Sucedió hace meses. Sucedió porque pensé que la verdad tendría que ser dicha, sólo por tratarse de la verdad. ¿Quién diablos, en serio, quiere escuchar siempre la verdad? ¿Quién se atreve a decirla? Los borrachos porque están bajo el influjo de sustancias inhibidoras y los niños porque no han vivido lo suficiente. Y hablo de la verdad, no de las perogrulladas.
Después de un año de relación, por creerlo ético y moral, decidí abrir la caja de mis secretos frente a la cara de mi novia. Fue una tarde quieta, solitaria, estéril. Recuerdo la llovizna, las penumbras del atardecer, el humo del cigarro que formaba un biombo entre ella y yo.
–Tengo algo que contarte –las tautologías siempre han sido mi fuerte.
Creo que ella no dijo palabra, se limitó a poner sus ojos fijos sobre mí, como señal de que poseía toda su atención.
Una chupada más al cigarro. Inspiración, manos sudorosas, dedos que se deslizan entre los cabellos negros y lacios, otra chupada más. Y sus ojos tan abierto, hieráticos, como si ya supieran lo que iba a decirles.
–Es mejor que lo sepas –esta al límite de su paciencia.
Ella tomó un cigarro de mi cajetilla, sus ojos fuera de mí, lejos, en el planeta del fuego que enciende trozos de tabaco; atrás de la cortina de humo. De la suya y la mía.
–Me gustan los hombres. También… ya sabes… ambos…
No sé cómo me atreví a soltarlo, aún hoy, mientras transcribo estos recuerdos, las manos se me hacen agua, todas mis vísceras juegan a las escondidas entre mis costillas y la respiración se enloquece. No sé cómo se atrevió a escucharme. Pero lo hizo, y su ecuanimidad me inquietó, presentí un arranque de ira, quizá que saliera sin decir palabra de mi departamento, que rompiera mil cosas. Nada de eso hizo. Las piernas cruzadas, una mano sobre el regazo y la que sostenía el cigarro erguida cerca del rostro. La hora de la noche. La noche que entró si hacer ruido, que instaló su campamento entre el televisor y la sala, entre los ojos de ella y mis miedos.
–¿Te gusto?
–¡Por supuesto! No sé, nunca lo he dicho, pero supongo que soy bisexual.
Las palabras tontas siempre en los momentos cruciales. Supongo. Pongo, otras acepciones: Indio que hace oficios de criado. \\ Especie de orangután. \\ Paso angosto y peligroso de un río.
Crucé con éxito su pongo. Ella suspiró, llevó a sus labios el cigarro y lo besó con pasión. El humo. El olor a quemado, la mentira quemada, la verdad innecesaria llevada al extremo.
–Te he sido infiel.
Su silencio que imploraba por mi silencio, y mis oídos sordos por mis palabras.
–Con una ex novia y unos amigos.
¡Ay de mí!, que por mi boca he de morir. Y morí. Así es como me vi teletransportado en menos de cuatro palabras a la puerta misma de infierno. Era de noche, no había lámpara alguna prendida, sólo el reflejo nacarado de unos ojos hinchados por el fuego.
Ahora mismo es muy tarde y ya no son horas para que mi memoria ande por callejones oscuros y violentos. Soy cobarde, lo admito, un cobarde que alguna vez quiso ser sincero.
*La maldita verdad. Aquella sustancia transparente pero pegajosa, que una vez dejada en libertad, se mete en cada engranaje de nuestras vidas hasta detener todo movimiento posible.
martes, 7 de junio de 2011
El inicio
El orden cronológico nunca me ha interesado. Esta vez, contar las cosas una tras otra, como ocurrieron, es mi única forma de alongar el camino final.
No sé si tenga ánimos de contarlo todo, de describir aquellos cinco días en el paraíso.
Desde el purgatorio todo luce tan bello.
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