
Saltarse las horas y los días. Tan imposible como deseado. Un minuto, luego otro, siempre. Veo tan lejana aquella noche, a pesar de no haber pasado siquiera un año. Meses abiertos que han grabado, paulatinamente, una sonrisa insultante en mi rostro.
Las horas que transcurrieron en la penumbra. Aquella noche descansamos, si a aquella tortura silenciosa puede llamarse así, durante dos o tres horas. Después ella se levantó, limpió los últimos restos de lágrimas en sus mejillas y suspiró.
–Tengo hambre –dijo en medio de una sonrisa fingida.
Vi su cabello y rostro iluminados por la luz de la lámpara de la calle que entraba por la ventana. Pude percibir el volar errático de los insectos alrededor de aquel foco que irradiaba luz amarilla. Pensar en la muerte lenta de aquellos bichos me era preferible a ver las arrugas alrededor de sus ojos, las muecas que contenían su llanto abortado.
–¿Estás mejor? –me atreví a pronunciar en aquel ambiente casi aséptico. Casi sagrado.
Ella no contestó. De seguro le era más fácil colocar su atención en el lomo de cada uno de los insectos que al siguiente día estarían regados por la calle.
Y callé.
Ella suspiró. Las represas hechas con mandíbulas apretadas, labios mordidos y ojos cerrados lograron contener el desborde.
–Sí. Vamos a cenar.
No sé cómo diablos me atrevo a revolver aquellas imágenes. Siquiera a recordar que todo aquello pasó. Algo dentro de mí me obliga a hacerlo. Temo que en algunos días me veré obligado a borrarlo todo de la mente y quiero que este sea mi testamento. Lo que pasó en Zipolite me tiene aterrado.
Aquella noche pensé que había sido la peor de todas. Estaba preparado para que así fuera: la llovizna, el frío, las nubes que coqueteaban con las antenas, los líquidos que se derramaron en todas direcciones. La tristeza de ella, mi ceguera. El hambre que obligó a hablar, el tiempo que permitió creer que todo es como antes. El dolor en como un grito intenso en un cañón: al final sólo recuerdas el eco y olvidas el motivo del sonido.
Los motivos de los gritos. Los motivos del olvido.
Cada paso que di debió haber sido sumamente doloroso, el roce de mis dedos con su blusa, el exhalar frente a ella, cada vocal pronunciada debieron haber sido espinas clavadas debajo de la uñas de ambos. Y luego las miradas, que ardían como brazas en las cuencas oculares.
Y digo “debieron ser…”, porque ahora todo aquel dolor ha sido borrado y en su lugar fue erigido el modesto templo del regocijo. Lugar que acaba de ser demolido.
Al principio pensé que no podría describir ni siquiera el inicio. Hay algo maligno en esto, en remover y pepenar de entre los desechos. Hay algo que llama, que incita a decir más. Quizá sea el hecho de que quiero vivirlo una vez más, al menos revivir mi selección de hechos. Revivirlo a mi manera, para esta vez, sí tener redención.
Ella suspiró. Las represas hechas con mandíbulas apretadas, labios mordidos y ojos cerrados lograron contener el desborde.
–Sí. Vamos a cenar.
No sé cómo diablos me atrevo a revolver aquellas imágenes. Siquiera a recordar que todo aquello pasó. Algo dentro de mí me obliga a hacerlo. Temo que en algunos días me veré obligado a borrarlo todo de la mente y quiero que este sea mi testamento. Lo que pasó en Zipolite me tiene aterrado.
Aquella noche pensé que había sido la peor de todas. Estaba preparado para que así fuera: la llovizna, el frío, las nubes que coqueteaban con las antenas, los líquidos que se derramaron en todas direcciones. La tristeza de ella, mi ceguera. El hambre que obligó a hablar, el tiempo que permitió creer que todo es como antes. El dolor en como un grito intenso en un cañón: al final sólo recuerdas el eco y olvidas el motivo del sonido.
Los motivos de los gritos. Los motivos del olvido.
Cada paso que di debió haber sido sumamente doloroso, el roce de mis dedos con su blusa, el exhalar frente a ella, cada vocal pronunciada debieron haber sido espinas clavadas debajo de la uñas de ambos. Y luego las miradas, que ardían como brazas en las cuencas oculares.
Y digo “debieron ser…”, porque ahora todo aquel dolor ha sido borrado y en su lugar fue erigido el modesto templo del regocijo. Lugar que acaba de ser demolido.
Al principio pensé que no podría describir ni siquiera el inicio. Hay algo maligno en esto, en remover y pepenar de entre los desechos. Hay algo que llama, que incita a decir más. Quizá sea el hecho de que quiero vivirlo una vez más, al menos revivir mi selección de hechos. Revivirlo a mi manera, para esta vez, sí tener redención.
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