La necesidad imperiosa de hablar. Esa que empuja a la taquera a exponer todos sus miedos y malos pasos al cliente desprevenido. Aquella que lanza al hombre de los alquileres a gritar, a mitad de la calle, que su amante se ha ido y lo ha dejado en la ruina. La imperiosa necesidad de expresar aquello que sucedió y que nos devora, como una silenciosa bacteria carnívora, como un cáncer o un bacilo.
Ganas de hablar. De decir.
Muchos días han pasado y aún no soy capaz de contarlo todo. Esto, lo de rememorar cada detalle de mis días entre el infierno y el paraíso, es en cierto modo, mi manda. El sacrificio para que todo lo malo que ocurrió, no siga pasando.
Del perdón al cielo hay un paso. Perdón: Santa Vía Rápida hacia los placeres del Mundo.
Ella, Mariana, perdonó. Antes de levantar las rejas de la oscuridad, en medio de ese cosmos cerrado y asfixiante que fue mi habitación, ella hizo preguntas.
–¿Y qué te excita de ellos? –dijo con un tono que jamás le había escuchado.
–¿Cuántos han sido? –y aquel monstruo pequeño que ocupaba su boca como caja de resonancia era cada vez más atrevido.
–¿Te han penetrado? –Mariana deseaba sólo una respuesta que no fui capaz de darle.
Le conté de mis pequeñas travesuritas: algunos tríos, algunas conglomeraciones de carne sin mucho chiste, la luz que quema de tan blanca, lo aburrido de fingir, las secreciones y el sudor que se vuelven un solo fluido: las pieles, la carne, lo gemidos, besos y orgasmos. Pidió más detalles.
–Y, ¿qué más? –el monstruo sabe hacer bien esa pregunta.
El falso pudor, la maldita costumbre de cerrar, de guardar y ocultar información. El egoísmo. “Esto, lo mío, es mío”.
Las horas se diluyeron en el vacío que dejaba tras de sí cada pregunta mal contestada.
–No fue tan bueno. Más o menos. A veces era sólo por compromiso –respuestas insatisfactorias para una Mariana que se dejó pintar por la noche.
–¿Qué se siente estar con dos?
–La mitad de bien que estar contigo –pensé en contestar.
Me detuvo el brillo nacarado de una mirada curiosa.
–¿Cómo?
–¿Eso te excita?
Y esa fue la tácita cita. Mi sonrisa en la oscuridad, el brillo en sus ojos, los dientes húmedos de los dos: tácet que interpretamos con genialidad.
¿Por qué no tengo un puesto de tacos y cuento todo en una sola noche? Debí dedicarme a conducir un taxi por la ciudad y desperdigar mi historia en cada esquina en lugar de trazar líneas que se convertirán en muros y concreto.
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